Laura Catena: “La Argentina es el paraíso del vino”

La Nación – Diciembre 30, 2018
laura catena

Es una empresaria singular: además de ser una de las herederas de la bodega más importante del país, su pasión por los viñedos mendocinos se alterna con su labor como médica pediatra en California.

A años luz de la imagen de una millonaria que solo se dedica a gastar su fortuna, entre cuatro y seis veces al mes Laura Catena se despide de sus tres hijos y su marido y se sube al auto para trabajar en la guardia pediátrica del hospital California Pacific Medical Center de San Francisco, la ciudad en la que vive en California. La heredera del grupo Catena, la bodega más importante del país, asume como algo cotidiano su doble vida entre la Argentina y los Estados Unidos. En Mendoza se dedica a supervisar la elaboración de algunos de los vinos más perfectos (y caros) de la Argentina, mientras que en San Francisco ejerce sus títulos de licenciada en Biología de Harvard y doctora en Medicina de Stanford. En el medio se hace tiempo para disfrutar a sus hijos y desde California atiende a LA NACION revista sentada en su auto, en el parking del colegio de su hija de catorce años, que está participando de una actividad extracurricular. “Vivo así: llenando los huecos que tengo en la agenda para completar todas las llamadas que tengo que hacer. Mi vida es el WhastApp”, explica.

La trillada idea de vivir arriba del avión en el caso puntual de Laura Catena tiene algo de cierto, aunque no se explica exclusivamente por un tema laboral. Desde chica, la hija del medio de Nicolás Catena Zapata –el hombre que jugó un papel fundamental en la internacionalización del vino argentino– le agarró el gusto a viajar.

“Cuando era adolescente empecé a hacer viajes de intercambio a Francia y me acuerdo de los veranos que pasé viviendo en una granja con una familia francesa, con la que aprendí a cocinar, desde el foie gras hasta la tarte tatin. Ya más grande viajé mucho por África. Estuve trabajando en un hospital en Senegal y también enseñé en un colegio en Kenia. Y ahora estoy preparando un viaje con toda mi familia a Italia. Nos vamos a instalar tres meses en Venecia”, explica desde los Estados Unidos, mientras todavía disfruta de las repercusiones de su último logro: por primera vez en la historia dos vinos argentinos –el Adrianna Vineyard River Stones 2016 y el Gran Enemigo Gualtallary Single Vineyard Cabernet Franc 2013, ambos salidos de su viñedo Adrianna, en Gualtallary, Mendoza– obtuvieron los 100 puntos que otorga Robert Parker, el crítico número uno del mundo.

¿Tu familia te alentó desde chica a viajar?

En mi familia tenemos un poco alma de gitanos. Un viaje siempre te abre la cabeza y si bien a mis padres los asustaba que yo me fuera sola, siempre fueron muy abiertos, no solo con los viajes. Cuando vivía en Buenos Aires, lo típico es que hubiera ido a un colegio inglés, pero yo quería ir al Nacional de Buenos Aires y me dejaron. Cursé solo dos años, porque después nos fuimos a vivir a Estados Unidos, pero tengo un recuerdo muy bueno de mi paso por la escuela pública argentina. Tuve una profesora genial de francés, que me hizo enamorar del idioma, la cultura y la literatura francesa. Y después cuando llegué a Estados Unidos me acuerdo de que en la escuela estaban asombradas de la formación que traía de la Argentina.

¿Pero no les daba miedo que viajaras tanto?

Se morían de miedo. Pensá que mi primer viaje sin familia a Francia lo hice a los 14 años, con dos amigas, en una época en la que no había celulares o internet, y todo quedaba realmente más lejos. Pero desde chica, en mi casa, mis padres fomentaron mucho el pensamiento crítico, las discusiones, una verdadera apertura mental. Además, mi papá nunca subestimó a los chicos. Lo hizo con sus hijos y ahora lo repite con sus nietos. Te escuchaba y te hablaba con verdadera atención, como si su interlocutor fuera un adulto. Y eso está buenísimo, pero después te puede generar algunos malos hábitos. Me escucharon tanto desde chica que a veces me cuesta dejar de hablar para escuchar un poco más a los demás.

Viajaste mucho a Francia desde chica. ¿Ya sentías una fascinación especial hacia los vinos franceses?

En casa, desde muy chica, cuando te sentabas a la mesa de los adultos para comer, la bebida para los niños era soda con una gotita de vino, pero recién empecé a interesarme por el vino en los 80, cuando estaba en el college en Estados Unidos. En ese momento, para mí era una especie de hobby y siempre recuerdo que mi papá me obligó a tener unas copas Riedel en mi cuarto de estudiante, para cuando él viniera a visitarme. Yo tenía una extensión de la tarjeta de crédito, con la que compraba vinos excelentes de Vega Sicilia o Gran Cru para hacer unas degustaciones con mi papá mientras comíamos unas pizzas.

laura catena Cuando entró a trabajar en la bodega, a Laura le recomendaron dedicarse al marketing: "Descubrí que hay que aprender mucho de ventas", dice.
laura catena Con el viñedo Adrianna, en la zona de Tupungato Alto, la idea es hacer Gran Vins, que son vinos únicos e inolvidables.

Imagino que no debe haber sido fácil, criarse con una figura tan fuerte como la de tu papá.

Para nada. Mi papá es un verdadero hombre renacentista. Es economista, pero sabe de historia, ciencia, matemáticas. Aún hoy todos los días le dedica unas horas a estudiar un tema. Ahora está muy metido con la economía matemática. Pero a la vez es un hombre muy abierto al intercambio de ideas y nunca tuvimos una discusión fuerte. En mi familia todos heredamos ese espíritu. Mi mamá es superlectora, mi hermana Adrianna es historiadora de Harvard y mi hermano estudió diseño y computación. En casa siempre estamos leyendo algo.

¿Y qué estás leyendo ahora?

Ahora estoy con En defensa de la Ilustración, de Steven Pinker, que me encanta. Básicamente lo que cuenta Pinker es que más allá de todos los problemas del mundo, vivimos en una era fascinante. Que estamos en la mejor época de la humanidad. Y siempre estoy leyendo varias cosas a la vez. Volví con Niebla, de Miguel de Unamuno, que me sigue pareciendo un libro fascinante. Está escrito hace cien años pero me parece superactual. Unamuno escribe como si fuera un millennial. Y también estoy enganchada con una saga que se llama Los hijos de la tierra, de la escritora Jean Marie Auel. La novela cuenta cómo sería la vida de una chica en la era de los picapiedras. Es un best seller muy divertido, con mucha aventura y mucho sexo.

¿Cómo hacés para combinar la vida de médica y la de bodeguera?

Me la paso viviendo entre California y Mendoza y el WhatsApp es clave. Como médica, hace poco dejé un trabajo que tenía como profesora en un hospital y ahora solo estoy haciendo entre cuatro y seis días al mes de guardias en emergencia pediátrica en el hospital Pacific Medical Center.

“Yo tengo la teoría de que la única manera de hacer una buena botella es que te guste mucho el vino”.

Siendo millonaria, ¿por qué trabajas en una guardia médica?

Hay algo que está recontraestudiado y es que una vez que una persona tiene las necesidades básicas satisfechas, de comida, ropa y vivienda, la felicidad depende de otras cosas y no del dinero. Yo no voy a menospreciar lo lindo que es la plata para cumplir fantasías, poder viajar, tener ciertos privilegios, pero también tengo clarísimo que la vida no pasa solo por ahí. Además, cuando sos médica, tenés muy presente un sentido de fragilidad que tiene la vida, que te podés morir en cualquier momento, porque lo ves todos los días. Alguien que salió a correr y llega muerto al hospital por un infarto. O una persona que está perfecta y le descubren un cáncer. Por otra parte, el trabajo de médico te da una satisfacción muy rápida. En un viñedo tenés que esperar tres años para hacer un vino, desde que plantás las vides hasta terminar con el vino en la botella. En cambio, siendo médico todo es más inmediato. En una guardia pediátrica también tenés la ventaja de que la mayoría de los casos que atendés no son graves. Cuando a un padre llega al hospital con fiebre, superpreocupado, y vos lo atendés y el chico se recupera, el papá te mira con una adoración que no la siente por nadie en el mundo. Además, con más de veinte años de práctica la verdad es que ya soy una buena médica y creo que mi deber es devolver a la sociedad todos los conocimientos que recibí.

¿Tu familia no te reclama por el tiempo que pasás en el hospital?

Mi marido también es médico, así que entiende. A ve- ces, cuando tengo que viajar mucho, los chicos se quejan un poco, pero a la vez ven toda la energía que le pongo al trabajo y creo que están orgullosos. Y cuando hace poco dejé de ser profesora, mi hija más chica me interpeló: “Pero mamá, no vas a dejar la medicina, ¿no?”. Además, no dejo de hacer lo mismo que hacía mi papá, que interrumpía cualquier reunión cuando recibía un llamado nuestro. Aunque estuviera en medio de un encuentro con abogados o con un grupo de banqueros, siempre tenía un tiempo para atendernos.

¿Cuándo empezaste a trabajar en la bodega? ¿Fue difícil ser la hija de?

Mi papá siempre me escuchó y eso ayuda, pero tam- poco fue todo tan fácil. Al ser la hija de es inevitable que la gente que trabaja con vos te esté juzgando. Y en ese sentido, ser médica me sirvió para que me respetaran más y para que no me bajara la autoestima. Me acuerdo cuando me sumé a la bodega, como no sabía mucho del vino, una persona que ya estaba trabajando me dijo que fuera a trabajar en el área e marketing, como pensando que era un tema menos importante. Pero después descubrí que hay que aprender mucho de ventas, que es algo que se estudia y por suerte siempre digo que a mí me tocó la suerte de ir a la business school en marketing de Catena.

¿Es fácil ser mujer en una industria como la del vino?

Van cambiando las cosas. Movimientos como el MeToo fueron superimportantes porque sirvieron para que la gente se pusiera a hablar del maltrato que hay en un montón de industrias y que no pasa solo por lo sexual. Creo que es positivo porque facilita el cambio cultural para que más mujeres lleguen a puestos de mando en las empresas, aunque también pueden llegar a posiciones un poco absurdas.

¿Cómo ves a la industria argentina del vino?

La Argenina es el paraíso del vino. En la zona cordillerana tiene todo: mucho sol, altura y suelos pobres. Y además contamos con el ADN del malbec más diverso que existe en el mundo, solo comparable con lo que sucede con el pinot noir en la Borgoña, que no por nada hoy tiene los vinos más caros del mundo.

Adrianna vineyard

¿Y cuán lejos estamos de la Borgoña?

Creo que como país tenemos una oportunidad. Con el viñedo Adrianna, en la zona de Tupungato Alto, estamos trabajando con la mira puesta en hacer lo que en la industria se conoce como Gran Vins, que son vinos únicos, inolvidables, que tienen algo particular y reconocible y que cuando los probás te pasa algo y por eso no lo te los olvidás por más que pase el tiempo.

¿Es un objetivo alcanzable?

Algunas de las cosechas de Adrianna ya llegaron a ese nivel, no sé si todas. Pero uno de los problemas que tenemos hoy es que cuando encontrás el lugar ideal, como nos pasó a nosotros con Adrianna, el desafío pasa a ser cómo preservar la tierra para que no se arruine. Hoy estamos estudiando para ver cómo cuidar ese ecosistema y en esta tarea la labor del Catena Institute of Wine es fundamental.

¿Cómo es la historia del instituto?

El Catena Institute nació en 1995 con la misión de usar métodos científicos para preservar la naturaleza y la cultura del vino. Es algo parecido a lo que se hace con el arte. La ciencia está para preservar la Capilla Sixtina. La idea es hacer algo supercientífico.

“Tengo el orgullo de lo que son nuestros vinos y estoy convencida de que están entre los mejores del mundo”.

¿Cómo es trabajar con tu papá?

Mi papá es mi mentor y mi maestro, pero a la vez es un hombre que siempre me escuchó. Cuando me incorporé a la bodega, yo ya estaba recibida de bióloga y llegué con todo el conocimiento científico que había incorporado en Harvard. Además, manejaba bien el inglés, algo que no era tan común en la bodega. Me acuerdo de que a mediados de los 90, me llamó mi papá para que la acompañara a Estados Unidos porque habíamos sido la primera bodega sudamericana invitada a participar del The New York Wine Experience. Me dijo “acá todos hablan inglés medio mal”, y él quería que como cara de la bodega estuviera alguien que tuviera un inglés perfecto. Algo que después descubrís que no es tan importante. En las ferias internacionales está lleno de enólogos de Italia, Francia, que quizás no tengan un inglés perfecto, pero lo importante es lo que te transmiten cuando hablan de sus vinos.

¿Y cómo te fue en tu debut de traductora y embajadora de Catena?

En Nueva York la gente pasaba delante de nosotros completamente para hacer cola en los stands de las bodegas francesas e italianas. Ese día me di cuenta de que mi papá me necesitaba porque teníamos por delante un trabajo muy importante para posicionar al vino argentino afuera. Y ahí empecé con la idea del Catena Institute. La idea siempre fue que teníamos hacer vinos extraordinarios, que fueran mejores que los de Francia o Italia, porque el empate no nos servía, por todo el prestigio que tienen esos países. Con ese objetivo, empezamos a estudiar el suelo, el clima y todo lo que necesitábamos para hacer los mejores vinos. Yo tengo la teoría de que la única manera de hacer una buena botella es que te guste mucho el vino. Tenés que tener la fantasía y a la vez sentir celos cuando descubrís que alguien está haciendo mejor las cosas que vos.

¿Te sigue pasando hoy eso de los celos de otros vinos?

Hoy, más que celos tengo el orgullo de lo que son nues tros vinos y estoy convencida de que ya están entre los mejores del mundo. Hace poco estuve en una prueba de un Château Lafite cosecha 1918 y el vino estaba estupendo. Para adentro lo primero que pensé es: “¡Qué macana!, ¿por qué no tenemos un vino en la Argentina que pueda tener cien años?’’.

¿Es una meta imposible?

No. Y creo que ya lo hicimos. En los últimos diez años salieron vinos que tienen esa capacidad de añejamiento. El problema es que no lo voy a ver yo y difícilmente mis hijos tampoco. Quedará para los nietos o para mi sobrino más chico.

¿Cómo lo ves al país?

Yo estoy convencida de que la Argentina tiene todo y a veces tenerlo todo es un problema. Cuando todo te resulta tan fácil, es más difícil ponerse metas. En el caso del vino ya estamos trabajando muy bien como país y es un ejemplo de que se pueden hacer bien las cosas. Hacer un vino de excelencia es una combinación de agricultura y tecnología y no es tan lejos de lo que puede ser crear el iPhone, porque exige un know how muy importante. Por personalidad, soy muy optimista y estoy segura de que en cien años vamos a tener grandes vinos. Y también soy optimista con el país. Los argentinos con todas nuestras cosas, tenemos un nivel de preparación muy alto. La gente que está en Catena tiene un nivel que no tiene nada que envidiarles a los que me crucé en Harvard o Stanford. Estoy convencida de que como se trabaja en la Argentina, no se trabaja en los Estados Unidos.

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